Los aromas son más que simples estímulos sensoriales; son herramientas para la regulación emocional.
¿Has notado que el café suele empezar a afectarnos incluso antes del primer sorbo? Esto se explica por el maravilloso aroma que desprende la bebida: un aroma cálido e inconfundible. La explicación reside en la neurociencia. Estudios revelan que los olores se comunican con el cerebro de forma directa, profunda y emocional.
Además, el aroma puede alterar nuestra percepción del gusto, el estado de ánimo e incluso la memoria. El olfato es el único sentido que no pasa por el tálamo, el gran distribuidor de información. La primera estación cerebral para el olfato es el bulbo olfatorio, íntimamente conectado a la amígdala. En otras palabras, el olfato se conecta directamente con áreas del sistema límbico, una región asociada con las emociones, el placer y los recuerdos.
Investigaciones recientes, como las realizadas por Embrapa, han demostrado que el sabor del café no solo depende de los granos o del tueste, sino también de cómo nuestros sentidos interactúan.
Según los científicos involucrados, la percepción del gusto es multisensorial. Es decir, depende de la combinación de aroma, textura, temperatura e incluso del sonido ambiental del lugar donde se sirve el café. También podemos observar que el simple aroma del café puede activar áreas cerebrales relacionadas con la atención y el estado de alerta. Esto ocurre incluso antes de consumirlo. En otras palabras, el cerebro bebe café antes que el cuerpo.
Este mecanismo explica por qué el olor de un pastel recién horneado, por ejemplo, nos recuerda a la infancia. O también por qué el aroma de una flor puede cambiar instantáneamente nuestro estado de ánimo. De hecho, los aromas son estímulos neurológicos (o factores desencadenantes) que despiertan recuerdos y moldean las emociones.
El olfato: nutrición emocional
Desde un punto de vista neuronutricional, los aromas son más que estímulos sensoriales; son herramientas para la regulación emocional. Así, cuando el cerebro reconoce un olor familiar y agradable, activa los circuitos de recompensa, que liberan neurotransmisores como la dopamina y la serotonina. Cabe destacar que estos dos también intervienen en el placer de comer.
Por eso, los aromas reconfortantes pueden reducir la ansiedad, mejorar la digestión e incluso regular el apetito. Y no es casualidad que prácticas como la aromaterapia utilicen esencias naturales para estimular el equilibrio entre cuerpo y mente. Cada aroma interactúa con el cerebro de forma única. Por ejemplo, los cítricos despiertan, los florales calman y los amaderados. El secreto, de hecho, reside en comprender cómo el cerebro interpreta el olfato, despertando sensaciones, emociones y recuerdos.
Los aromas despiertan la presencia
La neurociencia, con este estudio, nos enseña que el aroma es la primera invitación a la conciencia y también al funcionamiento del organismo. Al oler lo que vamos a comer o beber, el cerebro se prepara para la experiencia, activando el sistema digestivo, regulando las hormonas y conectando cuerpo y mente. Esto significa que comer conscientemente puede comenzar con el olfato.
Es cierto, entonces, que respirar profundamente y oler el sutil aroma de un plato son pequeñas prácticas que enseñan a nuestro cerebro a saborear con plena atención. En definitiva, esto es precisamente lo que transforma el simple acto de comer o beber en un ritual de autocuidado. También lo transforma en un momento donde el cerebro y el cuerpo se encuentran en el mismo tiempo y lugar.
Pensar con los sentidos
La neurociencia demuestra lo que la intuición siempre ha sabido: el olfato cambia lo que sentimos, y lo que sentimos cambia cómo nos alimentamos. La próxima vez que el aroma de la comida perfume el aire, recuerda: no solo estás oliendo algo.
Estás activando recuerdos, despertando el cerebro y nutriendo la mente.









